
Hace poco leí en la última Qué Pasa un artículo sobre U2 escrito por Rodrigo Fresán. El escritor que oficia de periodista o el periodista que ejerce como escritor viajó a ver la última gira de la banda. Relataba con talento -para variar- cómo un recital de U2 no es simplemente eso, sino más bien una liturgia donde el Obispo -o Papa- es Bono. Nada muy original, la verdad, lo descubierto por Fresán. Recordé cuando Jorge Gonzalez dijo que prefería la música electrónica al rock, porque esta última tiene exceso de parentesco con el mundo católico (yo me subo arriba de un púlpito, guitarra en mano, y ustedes me adoran y veneran). En cambio dentro del mundo de la música electrónica, ejercer el disjoqueo elimina esa distancia y todo se transformaba en una fiesta de igual a igual. Obviemos a agrupaciones como los Chemical Brothers, que tienen más de rockeras que de simplemente electrónica. Entonces, U2 ha hecho su pega. Al igual que Iron Maiden o los Stones, son efectivamente eso: una religión. Quizás mejor organizada que el Vaticano. Más pelusona. Y menos culposa. Y Fresán sospecha pero tampoco ataca: entiende cómo se arma el cubo.
Pero bueno: Razones por las cuales me cae bien U2.
1.- Sí, es emocional y qué: he crecido escuchando su música. 24 años escuchando sus discos. Emocionalmente cercanos demasiado tiempo. Si bien hoy hay muchas bandas que musicalmente son más sofisticadas, creativas y de mejores melodías incluso, escuchar sus discos recién publicados a estas alturas es una suerte de carta de unos conocidos con los que te topas una vez cada cuatro años y que siempre te cayeron bien.
2.- No son precisamente una banda de rock. Son un medio de comunicación. Y su pauta editorial es coherente, de una línea y por sobre todo, tiene alma, es humana, asunto del que carecen la mayoría de los medios. Tienen vocación masiva. Son una banda de rock con vocación pop (POP, de popular, populus, etc). Me gusta el sentido de show explosivo que manejan profesionalmente, hacen su pega aperradamente en los estudios de grabación y sobre los escenarios, y en eso se nota el origen irlandés minero, de clase esforzada, peliaguda. Vale destacar a Paul McGuiness, el gordo detrás de la banda que la gerencia con una maestría mayor que la de los Lucksic o Piñera comprando acciones. Es bueno tener gerentes que potencian tu talento y te dan cancha, te hacen crecer y juegan de igual a igual asumiendo los riesgos del cambio. Importemos clones de McGuiness a Chile. Hacen falta.
3.- 28 años juntos es toda una proeza. Representan una amistad y fiato de proporciones épicas. A veces uno quiere matar a un compañero de trabajo a los cuatro meses. Pero bueno: no hay muchos trabajos donde la mística, el rock and roll y la libertad creativa se dan juntas. Han superado envidias, conflictos y desganos. Me da lo mismo si es porque sueñan con su propia catedral. Se la merecen.
4.- Bono está loco y pretende cambiar el mundo. Aquí el delirio megalómano del front man me provoca una simpatía arrebatadora. Un chiquiturri que se siente Michael Jordan. El tipo no vive de utopías, está convencido de que es posible y hace, valga la redundancia, todo lo posible por demostrarlo y de paso, lograrlo. Esta faceta lo vuelve un tipo sospechoso y convoca tantos detractores como fans, pero a su vez lo distancia largamente de otros que dilapidan fortunas arriba de yates, comprando champagne dom perignon para bañar al poodle, mientras se rodean de silicona con bikinis y botas exclusivas con piel de mamut. Onda Aerosmith. Uf.
5.- Se renuevan y saben cuando hay que girar el timón: todo aquel que trabaja en medios o en publicidad debiera estudiar sus movimientos. Debiera haber un ramo en la universidad llamado U2. Han sabido vestir el mismo mensaje de mil formas. Saben con quién filmar sus videos, quién debe hacer sus fotos y quién debe producir sus discos. No fallan. Incluso el vilipendiado Pop del 97 adquiere fuerza con el tiempo. Como dijo Fresán, sólo fallaron en atacar aquello que tan bien manejan: el mercado. Y U2 es un delfín nadando dentro del sistema de mercado. Innecesario. Pero en ese disco viene if you we're that velvet dress y Gone. Por eso ya se salva.
6.- Tienen al menos veinte canciones indispensables. No. Me quedé corto. Veintiuna. Algunas con letras llenas de epifanías y delirios místicos que se agradecen. Ese estado de gracia en el que cae Bono es mejor que una lata de red bull para el ánimo. Un subidón a la vena, directo al corazón, como Travolta con Uma Thurman en Pulp Fiction.
7.- Los envidio. Me gustaría ser parte. Sentarme en un estudio a revisar sonidos con Brain Eno, Flood o Steve Lillywhite. Filmar videos en la costa azul o en castillos de Escocia. No ser Bono como dijeron por ahí, me bastaría con ser The Edge o Larry Mullen Jr. Clayton no, siempre lo he encontrado pánfilo. Pero si me lo ofrecen, bueno, igual voy.
Ok, ok, ok. Hay bandas perfil outsider, que hacen lo suyo sin meter tanta bulla; bandas geniales, propositivas y efectivamente más originales; hay letristas con mejor pluma y con menos optimismo porque el mundo es feo y no merece optimismo; hay un mundo dentro del indie rock que rompe con todo e inicia nuevos caminos y por último hay bandas que musicalmente hoy me gustan más. Pero nadie le pide a ellos que sean U2. ¿Por qué pedirle a U2 que sea otra cosa? Todo en su lugar. Todo tiene su propósito.
Eso. Eso sería. Ahora escucho how to dismantle an atomic bomb. Y no hay how to dismantle an atomic fan.
Dedico este post a Fortuño y Coddou, los fans más furibundos de U2. Y no quiero que Márquez postee que estuvo con Bono acá en Santiago. NO QUIERO VOLVER A ESCUCHARLO MARQUEZ, ¿ok.?
Salud para todos.